domingo, 11 de julio de 2010

Por Felix Diaz Hernandez
Así está el panorama


A lo mejor no parecen tantos pero ya son muchos años de ejercicio profesional del periodismo en esta tierra; años siendo testigo del estilo de nuestros políticos a la hora de representarnos; años de percibir cómo los habitantes de Canarias nos instalamos en un preocupante pasotismo y dejamos nuestras cosas en manos de otros; y aunque suene poco corporativista, algún tiempo descubriendo cada mañana que a muchos periodistas parece que se nos ha olvidado cual es nuestra obligación en esta sociedad.

Sin más pretensiones que compartir mis opiniones sobre la actualidad de estas islas nacen estas Crónicas de Bananarias, un título simbólico para esta ventana que me ofrece eldigitaldecanarias.com en la que, una vez más, volveré a enfrentarme a un documento de texto en blanco. Aunque esta apelación al competidor banano pueda no gustar demasiado a la Asociación de Organizaciones de Productores de Plátanos de Canarias (ASPROCAN) el término se justifica porque considero que en nuestro archipiélago estamos aún instalados en una sociedad a la que determinados poderes fácticos no permiten alcanzar su mayoría de edad.

Más allá de aquel viejo y reiterado símil de las repúblicas bananeras, que acuñaron los anglosajones a principios del siglo XX a diversos gobiernos de Centroamérica y el Caribe, nuestra tierra sufre una anomia sociológica, una desgana por las cuestiones públicas que debería preocuparnos. Hay temas musicales, por ejemplo del grupo palmero Taburiente, que a finales de los setenta ya invocaban al necesario despertar de los canarios. Quizás mostraban esta realidad bajo un tinte de carácter nacionalista, pero que puede servirnos para entender que este pasotismo ya habita entre nosotros hace tiempo; razones históricas y sociológicas podrían explicar mejor este fenómeno pero, de momento, no son el objeto de este artículo.

Lo que si es preocupante es que tras casi 34 años de democracia y casi 28 desde que entró en funcionamiento la Canarias autonómica, los niveles de participación de la ciudadanía en las cuestiones públicas sean tan blandengues y poco estimulantes. Bastante responsabilidad de ello tenemos los hombres y mujeres que vivimos en esta tierra, si no aceptamos la premisa de que “la culpa también es nuestra”, difícilmente podremos voltear este panorama. Por supuesto que hay más cómplices en este asesinato de la voluntad popular que ha acabado reducida a la decisión de acudir o no, cada cuatro años, a depositar una papeleta en una urna de plástico en la que figura una lista de nombres designados por las dictaduras internas de los distintos partidos políticos.

Al final este diagnóstico inicial apuntaría que realmente vivimos en una oligarquía financiera y política disfrazada de democracia en la que unos pocos, casi siempre los mismos a pesar de las distintas etiquetas políticas, siguen diciendo lo que tenemos que hacer, lo que tenemos que pensar, sobre lo que debemos hablar y cuáles son nuestras señas de identidad. Haría falta un renacimiento social como pueblo, pacífico pero firme, para rescatar el poder de la ciudadanía, un poder que esta degeneración de la vieja aristocracia nos ha hurtado casi desde siempre.
Sin embargo, analizando los datos sobre el fracaso escolar o nivel de formación que sufren nuestros jóvenes; unidos a la obediencia total de muchos medios de comunicación a sus cuentas de resultados, alimentadas en demasiadas ocasiones con el dinero de todos, se acaba arrinconando al derecho a la información que tenemos los ciudadanos. Así no se puede ser muy optimista.

"El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones". Winston Churchill. Político británico.
Félix Díaz Hernández, periodista

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