Por Isaac Rosa
¿Quién dijo que la crisis obliga a renunciar a los placeres de
la buena mesa? Nada de eso: no tiren las mondas de las patatas, que rebozadas y
fritas en aceite muy caliente resultan un crujiente aperitivo; y no le echen al
gato las raspas de las sardinas, que les voy a enseñar a convertirlas en una
delicia con la que sorprenderán a sus invitados.
Abundan
estos días los cursillos, libros y blogs con recetas de “cocina de la crisis”,
que nos enseñan a encontrar el lado gourmet de la escasez, y a aprovechar bien
los restos, que aquí ya no se tira nada. No digo que no estén ricas las mondas
de patata y las raspas de sardina cuando se les pone un poco de gracia; y
tampoco me parece mal que tomemos conciencia de las toneladas de comida que
desperdiciamos a diario. Pero esto, que hace unos años nos habría parecido una
buena idea, hoy escuece como un puñado de sal en la herida que la crisis nos ha
abierto. Lo que en otros tiempos era una elección, hoy es obligado, y la monda
de patata no sabe hoy igual que habría sabido hace años.
Las peores pesadillas son aquellas que se
basan en nuestros propios deseos, deformados hasta convertirse en monstruosos.
La crisis que vivimos es una de esas pesadilla, pues en ella también vemos cómo
algunos de los deseos que formulábamos hace años han acabado cumpliéndose pero
en forma grotesca, terrible. La pesadilla de la crisis parece una venganza del
capitalismo, una gran burla, como si el genio de la lámpara al que pedíamos
nuestros deseos de una sociedad mejor hubiese resultado ser un sádico que ha
decidido convertir nuestras aspiraciones bienintencionadas en una broma
macabra.
El genio de la lámpara, con voz ebria, se ríe
hoy en nuestra cara, escúchenlo:
“¿Os preocupaba el despilfarro y defendíais un
modelo de vida sostenible, basado en el aprovechamiento razonable de los
recursos, el reciclaje, el respeto al medio ambiente, etc? Pues vuestro deseo
ha sido concedido: a comer mondas de patata y raspas de sardina. ¿No
criticabais la opulencia del capitalismo? Pues se acabo el derroche:
bienvenidos a la miseria.
(risas)
¿Defendíais un consumo responsable frente al
consumismo desaforado? Deseo concedido: no hay consumo más responsable que el
que impone la escasez. Por ahora os queda como consuelo el consumo low cost, el
todo a cien, el sucedáneo, el consumo basura propio de trabajos basura y
sueldos basura, pero hasta ese podéis acabar perdiendo. Ya veréis lo
requeterresponsables que seréis entonces en vuestros hábitos de consumo.
(más risas)
¿Proponíais el decrecimiento como alternativa
al capitalismo depredador? Pues ahí tenéis: os esperan años ‘decreciendo’, lustros
de ‘decrecimiento’, una recesión de caballo en la que decrecerá el PIB,
decrecerán vuestros sueldos, decrecerán vuestros ahorros, decrecerá el gasto
público…
(carcajada brutal)
¿Aspirabais a prescindir de lo superfluo? Pues
lo habéis conseguido: ahí tenéis el “Compro Oro” en vuestro barrio, para que os
desprendáis hasta de las muelas. ¿Buscabais una economía más humana, natural,
basada en la comunidad? Pues felicidades a todos los que estos días recurren al
trueque no por hippismo, sino porque ya no tienen nada para acudir al mercado.
(risotada con palmas)
¿Me pareció oír que defendíais la autogestión,
el poder de los ciudadanos, la participación social? Pues a partir de ahora
todo serán facilidades: hay infinidad de servicios públicos a vuestra disposición
para que os hagáis cargo, pues nadie más lo hará. ¿Que no hay dinero para la
limpieza del colegio? Ningún problema: los padres se organizan y limpian por
turnos. ¿Que el centro cultural se cae en pedazos y no hay bibliotecarios? Pues
ya los vecinos quedarán los domingos para repararlo y harán turnos para abrir
la biblioteca. Y así podéis seguir con tantos servicios que irán quedando
desatendidos por falta de presupuesto. A partir de ahora, queda instaurado el
‘hazlo tú mismo’, el modelo Ikea aplicado a los servicios públicos. Eso sí,
como en la tienda sueca, hazlo tú mismo pero siguiendo las instrucciones, no
intentes construir nada diferente de lo que diga el folleto.
(risa ahogada, lágrimas)
¿Algún gurú profetizó que gracias a la
tecnología caminábamos hacia la sociedad del ocio? Pues acertó: 5.700.000 ya
disfrutan de todo el tiempo libre que quieran, y pronto se unirán otros muchos.
¿Queríais trabajar menos, tener más tiempo libre? Pues lo habéis conseguido:
reducción de jornada y sueldo para todo el mundo. ¿Cómo, que seguís trabajando
lo mismo o incluso más horas pese a que os han reducido jornada y sueldo? Ahí
está la gracia.
(carcajada, golpe de tos, carcajada)
¿Alguien propuso una banca pública? Pues deseo
concedido: todos los bancos que queráis para vosotros; ya podéis
nacionalizarlos con dinero público y luego coméroslos con patatas; o con mondas
de patata, que es para lo que os llegará después de rescatar hasta el último
banco ruinoso.
(el genio se tira al suelo y patalea entre
risotadas)”
Pues sí, nuestros deseos se han convertido en
pesadillas, en lo que parece una venganza del capitalismo, que no se conforma
con salvarse a nuestra costa, sino además le añade recochineo.
La crisis nos está obligando a improvisar
soluciones de supervivencia que se parecen a aquello que algunos proponíamos en
los años de vacas gordísimas: acabar con el despilfarro de recursos, construir
relaciones económicas más naturales, más humanas, o ser capaces de gestionar
nuestra vida en comunidad. Pero claro, no es lo mismo hacerlo cuando todo va
bien que cuando no te queda otro remedio. Lo que debería llevarnos a dos
reflexiones: la primera, por qué no lo hicimos antes, cuando era posible,
cuando teníamos tiempo y capacidad para construir formas de vida que tanto nos
habrían ayudado llegado el momento de la crisis. Y la segunda, si cabe
aprovechar el momento para, desde los escombros, levantar algo nuevo, que sea
nuestro y que sea sólido e irreversible, no un mero chamizo para aguantar la
tormenta. De lo contrario, las mondas de patata nos seguirán sabiendo a
despojo, por mucha gracia que le pongamos al rebozarlas.